miércoles, 27 de abril de 2016

Sin mayor felicidad

Puede que la verdadera felicidad esté en la convicción de que se ha perdido irremediablemente la felicidad.”
- María Luisa Bombal


     No podemos marginarnos de la infelicidad, y tampoco podemos sólo abocarnos a la felicidad eterna y constante; sólo la episteme religiosa nos puede otorgar ese desasosiego. Mas adentramos en los verdaderos vericuetos que la vida nos otorga, es el mal pensamiento constante de una muerte que acecha a cada instante, y una maldición de tristeza que pesa sobre nosotros cual nube negra; es lo que nos otorga la dicha de la vida y sus constantes sorpresas. 

     Pero estando allí, viéndola gemir y sufrir -como siempre imaginaba en esas tardes de ocio, mirando su hoja en blanco- no le acarreaba la felicidad que había pensado conseguir. Preparar todo, urdir el plan, las herramientas en utilizar y saber con exactitud que ocurriría en los siguientes cincuenta y ocho minutos habían otorgado una tranquilidad propia a su ser. Pero ya estando en plena obra, aún no conseguía ni siquiera una pisca de las endorfinas que había logrado sentir mientras preparaba todo esto. Primero un seguimiento constante de cada uno de los pasos que daba en su vida diaria, una rutina que no presentó mayores problemas a la hora de localizar los puntos ciegos que le permitían ver cada uno de sus movimientos. Arrendar una pieza en el peor rincón de Santiago tampoco había sido problema, y la compra de “las herramientas” fueron hechas por un aficionado a la carpintería en casa. Todo esto produjo una exaltación inimaginable dentro de su cuerpo, pero habiendo logrado todo lo cometido y planeado, no se acercaba ni al diez por ciento de lo pensado, de lo creído. Sin embargo, acá estaba y no podía dar ningún paso atrás.

     Al tomar su pelo, quedaba atrapado en sus manos. El estrés al cual se estaba sometiendo ya hacía estragos en su cuerpo, el pelo se le desprendía a la menor fuerza. Su pecho en cualquier momento estallaba de tan fuerte que eran sus latidos. Pero aún no despertaba toda la emoción que creyó sentir al tenerla en frente suyo, tan débil, tan subyugada a su voluntad. Pero no, nada ocurría siendo estaba a escasos veintitrés minutos de que todo acabará.

- ¿No recuerdas todas la veces que me diste la espalda?
- …
- ¿O quizás tampoco sabes mi nombre?

     No, no lo sabía, sólo podía ver un tipo con cara de loco estar sobre ella. No la había desnudado, no había intentado tocarla, mucho menos violarla. Solo la había amarrado, sin recordar cómo, y que le arrancaba el pelo de una manera salvaje. Se lo quitaba a montones de la cabeza, sin esperanza de que volviera a crecer más en esos sitios. En la mesa contigua había una martillo y un serrucho, más un par de clavos. Pero estaban inmóviles como su mente en estos momentos, sólo recolectando imágenes sin cesar; pero bajo ningún motivo. 

- Ahora viene lo mejor.

     Fueron las últimas palabras que ella escucho. Quizás en esos pequeños instantes sintió algo de excitación. Una pequeña dosis que recorrió su cuerpo con una velocidad impresionante, pero que lo elevó a los confines del mundo. Pero al regresar, vio una escena que le revolvió el estómago, ella ahí ya sin forma ni rostro. El martillo había hecho un trabajo maravilloso. 
- Limpiar, limpiar… que el mundo se va acabar- Fueron las palabras que pudo entonar en ese momento

     Y como si nada, comenzar a limpiar algo de sesos por acá, un poco de cráneo por allá y sangre por todos lados. Pero volvió a recordar, que la felicidad es saber disfrutar esos pequeños momentos presentes y no preocuparnos mucho más allá…

lunes, 13 de abril de 2015

COLORES

No puedo dejar de mirar los colores. A veces me sofocan, pero durante los días se me hacen necesarios, como un verdadero adicto. Los necesito, alrededor de mí, sobre mí, a través de mí. Si están allí puedo estar calmado conmigo mismo. Soportar mi propia levedad.
Me angustio si no están cerca o si no tengo un fácil acceso a ellos. Pero bueno, así estoy hoy, no sé cuándo comenzó ni mucho menos si podré detenerlo alguna vez. Sólo está allí, como un maldito recordatorio de mi ya fatídica vida.
Vuelvo a pulsar el botón, de forma mecánica, sin alegría ni emociones que asocie. Sólo de una manera de poder estar conectado con algo, con alguien ya me resulta insoportable. Gracias por estar aquí conmigo en esté instante, lo necesitaba.
Se acerca el mismo de siempre, ya me reconocen al entrar, en las primeras horas del atardecer.
- Buenas tardes. Me saludan de forma amable. Con una leve inclinación.
- ¡Hola! - Respondo.
Están allí desde los primeros tiempos, elegantes y siempre atentos a las necesidades que pueda tener yo o cualquiera que se atreva a cruzar sus mamparas.
Sigo con mi movimiento mecánico sobre el botón. Junto a los colores me persiguen las ganas de nicotina recorriendo mi cuerpo, atravesando mi torrente sanguíneo. Cojo uno, lo llevo a mi boca y lo dejo jugar unos momentos con mis labios. Nunca tengo fuego en mis bolsillos, pero siempre aparecerá alguien que con un rápido gesto se me acerque. Esta vez no fue distinto.
- Buenas noches, ¿me permite? - Mientras acerca la llama de un encendedor a mi boca.
- Gracias. Es la costumbre que tenemos de responder por estos lados.
- De nada. Y una nueva inclinación de cabeza.
Se aleja para quedar solo frente a mí botón. Que ya es parte de mi cuerpo. Siento la presión de mi dedo, de mis dedos, de mi palma sobre “mí botón”. Junto a la entrada de nicotina en mi cuerpo, los colores adquieren nuevas dimensiones, ahora me ayudan algo a relajarme. Se mezclan con el humo frente a mis ojos, y pareciera que se difuminan de forma gradual, alcanzando todos los estratos que puede tener un color. Pueden ir desde el blanco, hasta el negro en sólo unos segundos. Me encantan, siempre me he preguntado qué pasaría si en vez de nicotina entrara marihuana por mis venas, ¿de qué forma se diseminarán los colores? Pero aquí sólo hay permitido algunos vicios, no todos.
Me embarga la sed, pero una sed de moribundo. De alguien que no ha bebido ni una sola gota de agua en días. La danza de mis labios sobre el cigarro, los seca e incluso creo que comienzan a salir grietas por falta de líquido. Sólo tengo que levantar mi mano. Lo hago, ya no resisto más.
Se acerca alguien  de forma diligente, ahora es alguien distinto. Me sorprendo, miró mi reloj y noto que ya son las tres de la mañana, debió haber un cambio de turno. Ahora me mira una hermosa mujer morena, de grandes ojos.
- ¿Qué le puedo ofrecer, señor? Me pregunta con un acento que no es de aquí.
- Sólo una *Coca Ligth*, sin hielo por favor. Le suplico, o eso entiendo yo.
- Enseguida.
Se marcha de forma rauda, me siento un verdadero amo y señor de sus pasos. Vuelve a los cinco minutos, lo sé por las veces que presiono el botón, se que pueden ser veintidós presiones por minuto. Puedo llevar sólo el conteo de los minutos, no así de las horas. Me pierdo.
-  Acá está su bebida señor. Esta va por cuenta de la casa.
-  Muchas gracias- respondo sorprendido. ¿Por qué?
-  Es su primer líquido de la noche y por el calculo de la máquina, y política nuestra: es gratis. Y muestra una hermosa sonrisa blanca. 
Allí están los colores nuevamente, difuminándose. Pero está vez vienen de su sonrisa, de sus ojos, de sus labios. Absorto la observa y quiero llorar por un gesto tan amable. Pero sé que parecería un imbécil a los ojos de ella. Bueno, ante los ojos de cualquiera. Tomo el vaso, sin hielo como había pedido, abro mi lata y vierto todo el líquido dentro de ella, la espuma hace que mis papilas gustativas se alboroten a niveles desquiciados. El primer trago parece traerme de vuelta a la realidad. Disfruto cada centímetro cúbico entrando por mi garganta. E incluso creo que me asfixio, pero lo disfruto como el máximo placer que la vida pueda otorgarme. Se acaba toda de un sólo trago.
Vuelvo a presionar mí botón, ya no de forma mecánica como antes. Ahora con un poco más de sutileza, casi con misericordia. Lo presiono, lo presiono, lo presiono, lo presiono. No pasa nada, más que los colores moviéndose de un lado para otro, de arriba hacia abajo, en diagonal, en hexagonal, reflejándose en mi pupilas. Una vez más miro la hora, son las seis y treinta tres minutos de la mañana. Y mi botón aún funciona.
Enfundo las manos dentro de mi chaqueta, ya no tengo dinero y el pensar en ir a un cajero automático me hace ver que debo ya volver a casa. Camino de forma cansina hacia la salida. Nuevamente todos me inclinan la cabeza a mi paso, sin saber decir “buenos días” ó “buenas noches”, se confunden ante los primeros rayos del alba. Saco un nuevo cigarrillo, lo pongo en mis labios y vuelven a bailar; deben hacerlo hasta llegar al auto y poder encenderlo. Una vez dentro de él, tomo el encendedor que siempre tengo en mi guantera, nunca lo saco. Doy la primera calada, que me sabe amarga. No están los colores. Tomo la salida hacia la carretera. A esta hora, con los primeros rayos del sol, sólo veo camiones en el camino. Los adelanto de manera rápida y segura. En sólo cuarenta minutos estoy estacionando frente a la entrada de mi casa.
Abro la puerta con el menor ruido posible. Subo las escaleras, prendo la ducha, estoy mis habituales veinticinco bajo el agua caliente, hirviendo. Me secó de manera rápida. Tomo mi camisa, mis pantalones, mi corbata. Me veo al espejo y parezco como nuevo. Escondo los cigarros en la segunda gaveta, donde están mis cosas de aseo personal y dónde Cecilia, en quince años de matrimonio nunca ha inspeccionado. Bajo seguro a tomar desayuno, y ahí están mis hijos y mi señora, que me sonríen cómo sólo te sonríen quienes de verdad quieren.
- Buenos días mi amor, dice mi mujer.
- ¡Buenos días! - gritan los niños.
Tomo mi café y Cecilia me da un beso en la mejilla.
 - ¿Cómo dormiste anoche? - Me pregunta con una sonrisa pícara.
- Como un lirón. 

viernes, 11 de abril de 2014

Divagaciones...

Sin rencores acepto la lejanía
por una rendija pequeña 
saber que allí está
insalubre felicidad

A veces sólo necesito espiar
olvidando mi último deseo
recorriendo cada centímetro de luna
cansado de no llegar a ninguna parte

Riendo en el camino
entre hierbas azucaradas
para detener el paso de injusticia
calma de existir envejecido

Añorando la respuesta
que nunca tarda en encontrarnos
siguiendo las estrellas
quizás, lleguemos lejos...

domingo, 6 de abril de 2014

Una última vez

Sentado frente a la ventana, en un piso 22. Piensa amargamente hace muchas horas; eso cree él. Pero sólo han pasado treinta y cinco minutos. No sabe qué más hacer, lo ha intentado todo, absolutamente todo, y nada cambia. Se abruma en tanta infelicidad que merece no creer. Esto lo arreglará todo.

Así como vuelve a concentrarse, sale de la ventana. Abre el clóset y sólo encuentra ropa de mujer, comprada en un supermercado. Ha aprendido a identificar a la ropa de marca, y esta sólo tiene impresa huellas chinas. Igual que las de marcas, pero esas a lo menos tienen una etiqueta distinta. Vuelve a concentrarse. Abre un cajón, luego otro, otro y no encuentra nada de valor. Se sienta una vez más ante la ventana, en un piso 22 a pensar qué ocurre con su vida. Cómo termino en esto. Aún no lo sabe, pero el ascensor se detiene en el piso. Agudiza el oído, siente las llaves al entrar en la cerradura. Suda, se pone de pie, vuelve a mirar la ventana y pensar que todo se soluciona de una forma tan simple. Sin melodramas ni comedia. Espera.

Al verlo llegar, se petrifica. Corre hacia él y con fuerza que no sabía que tenía, clava las tijeras que encontró en el piso, en su pecho. Y ve como pierde color lentamente, llegando un gris grafito. No importa de momento, corre al pasillo, y sólo ve dos niños que lo miran aterrados. No sabe cómo termino en esto, y como podrá detenerlo. Ahora piensa más que nunca en esa ventana del piso 22.

viernes, 4 de abril de 2014

14:03 hrs

A veces la vida nos depara problemas, que sólo nosotros sabemos que allí están. Pienso esto mientras debajo del apartamento suena una alarma, de auto. Como muchas veces, pero ahora es cuándo molesta. Antes sólo sonaba.
Me encuentro en una encrucijada, al saber que estoy costeando estudios que quizás no quisiera seguir al corriente. Pero se que es una decisión de la cual me arrepentiré a los segundos de haberla tomado. Y así me encuentro una y otra vez. Releyendo libros de auto ayuda, biografías, cuentos y novelas "personales"; esas que hablan de hábitos y sucesos cotidianos. Pero que están concatenados y no disueltos.



Molestan este tipo de sensaciones, cada vez más seguidas. Una tras otra, como una avalancha que sólo parece crecer y no detenerse. Estoy cansado, me canso muy seguido últimamente, pero sé que las fuerzas interiores deben aparecer en algún momento. Sólo debo agregar, que ver como fluyen las palabras frente al computador, me ayudan a re significar que quizás, sólo quizás, este mal enfocado de momento.

domingo, 19 de enero de 2014

Avanzando hacia sus amaneceres

Ya era su tercer día encerrado en el departamento. No sabía cuánto más podría aguantar. Dijeron con que estuviera una semana desaparecido, comenzarían a pensar qué hacer con él. De momento debía seguir aguardando instrucciones.
Tenía prohibido acercarse a la puerta del edificio. Comida para a lo menos 6 días había entre la despensa y el refrigerador. Algunos libros generales, clásicos de la literatura y uno que otro best seller. Pero sin acceso a periódicos, diarios y televisión. Había un viejo mini disc con el cuál escuchar música en CD's (que sólo eran de blues y jazz). Que había comenzado apreciar en sus tardes de lectura.
Ropa era lo de menos; ropa interior suficiente para cambiarse todos los días, poleras y pantalones de ejercicio (media docena), sólo un par de zapatillas y muchas calcetas. Sabían que era un deportista aficionado.

Todas las mañanas desperta a las 06:45 horas, ya por costumbre, ya que ni teléfono celular tenía, su fiel despertador. Hacia una hora de ejercicios dentro de su pieza. A la ducha y luego un ligero desayuno. Anotaba en una libreta todo los tipos de ejercicio que había hecho en la mañana, si notaba que se inclinaba por uno en particular, alteraba a la mañana siguiente su rutina, para equilibrar el acondicionamiento físico. Después de ello, se sentaba frente a su viejo cuaderno, con lápiz verde a intentar escribir. De sus tres días encerrado sólo afloraron cuatro páginas completas por ambas caras, nada mal para alguien que se decía escritor de medio tiempo. Al medio día comenzaba a preparar el almuerzo, también ligero. Con el paso de los días encontró que comer poco lo mantenía mucho más alerta. Preparaba café para la tarde, y leía hasta que se entrase el sol. Para hacer una rutina de pesas que había encontrado en uno de los clóset del departamento. Finalmente una nueva ducha para partir a la cama, sin mayores pretensiones. Sólo pensando: ¿Por qué estoy aquí? Una parte de su cerebro sabía el motivo, pero al parecer, no quería hacercelo saber de nuevo.

A la mañana siguiente, sentía la necesidad imperiosa de escuchar una voz ajena a su cuerpo. Cada célula de su cuerpo le recordaba que era una meta, para seguir cuerdo. Estaba cansado de hablarse a sí mismo, quizás porque pudiese no gustarle alguna respuesta. Es más, ya dos días que permanecía completamente mudo. Creyó que se acostumbraría pero estaba muy lejos de eso.
Mientras hacía su almuerzo, sin ganas. Golpearon tres veces la puerta, como si quisieran echarla abajo. Con el mismo cuchillo que desollaba un pescado, camino lentamente hacia la puerta. Sin "ojo mágico", no podía ver quién había golpeado la puerta. En ese instante tomó conciencia que todo este momento había tenido las cortinas cerradas y sólo se daba cuenta de la llegada de la noche, porque el calor menguaba. Camino lentamente, puso su oreja derecha contra la puerta, pero no escuchó nada. Retrocedio en puntillas, para hacer el menor ruido posible. Miro de forma fija la puerta, como si tuviera algún poder capaz de permitir ver al otro lado, pero no lo poseía. Espero y espero. Nada ocurrió. Al darse media vuelta, pensó que era algún ebrio equivocado, que buscaba calmar sus ganas de golpear a su pareja. Mientras dilusidaba aquello, sintió el sonido de un sobre deslisandose por debajo de la puerta. Corrió de vuelta a la puerta, intenro abrir para recordar en ese instante que estaba con llave, desde fuera. Había sido una precaución de seguridad. 

Miró sus pies, allí descansaba un sobre blanco. Lo levanto, sabía que estaba encerrado por algo, no tan importante como para sufrir un ataque de anthrax. Abrió el sobre y en una hoja tamaña oficio escrito, sin complicaciones ni apuros:

                "A LAS 24 HORAS DEL DÍA DE HOY, PASARÁN POR TI. 
                         PROCURA ESTAR PREPARADO"

Quedaban 12 horas más y sabía que no estaba preparado...

lunes, 9 de septiembre de 2013

Sentado en el wáter

A veces pienso en la inmensidad
en otros despierto con hambre
Comienza un buen día
Comer, siempre es una buena señal

Sentado frente a tus letras
No te leo, sino que siento palabras robadas
Ajenas de tu pluma y propias de mis manos

¿No te cansas?
A veces si, alguna tal vez
Pero siempre está allí

Si nos volvemos a encontrar
Me dices
Sin vernos más
Te saludo
Y tan amigos como enemigos

Esto yo lo llamo divagar