lunes, 13 de abril de 2015

COLORES

No puedo dejar de mirar los colores. A veces me sofocan, pero durante los días se me hacen necesarios, como un verdadero adicto. Los necesito, alrededor de mí, sobre mí, a través de mí. Si están allí puedo estar calmado conmigo mismo. Soportar mi propia levedad.
Me angustio si no están cerca o si no tengo un fácil acceso a ellos. Pero bueno, así estoy hoy, no sé cuándo comenzó ni mucho menos si podré detenerlo alguna vez. Sólo está allí, como un maldito recordatorio de mi ya fatídica vida.
Vuelvo a pulsar el botón, de forma mecánica, sin alegría ni emociones que asocie. Sólo de una manera de poder estar conectado con algo, con alguien ya me resulta insoportable. Gracias por estar aquí conmigo en esté instante, lo necesitaba.
Se acerca el mismo de siempre, ya me reconocen al entrar, en las primeras horas del atardecer.
- Buenas tardes. Me saludan de forma amable. Con una leve inclinación.
- ¡Hola! - Respondo.
Están allí desde los primeros tiempos, elegantes y siempre atentos a las necesidades que pueda tener yo o cualquiera que se atreva a cruzar sus mamparas.
Sigo con mi movimiento mecánico sobre el botón. Junto a los colores me persiguen las ganas de nicotina recorriendo mi cuerpo, atravesando mi torrente sanguíneo. Cojo uno, lo llevo a mi boca y lo dejo jugar unos momentos con mis labios. Nunca tengo fuego en mis bolsillos, pero siempre aparecerá alguien que con un rápido gesto se me acerque. Esta vez no fue distinto.
- Buenas noches, ¿me permite? - Mientras acerca la llama de un encendedor a mi boca.
- Gracias. Es la costumbre que tenemos de responder por estos lados.
- De nada. Y una nueva inclinación de cabeza.
Se aleja para quedar solo frente a mí botón. Que ya es parte de mi cuerpo. Siento la presión de mi dedo, de mis dedos, de mi palma sobre “mí botón”. Junto a la entrada de nicotina en mi cuerpo, los colores adquieren nuevas dimensiones, ahora me ayudan algo a relajarme. Se mezclan con el humo frente a mis ojos, y pareciera que se difuminan de forma gradual, alcanzando todos los estratos que puede tener un color. Pueden ir desde el blanco, hasta el negro en sólo unos segundos. Me encantan, siempre me he preguntado qué pasaría si en vez de nicotina entrara marihuana por mis venas, ¿de qué forma se diseminarán los colores? Pero aquí sólo hay permitido algunos vicios, no todos.
Me embarga la sed, pero una sed de moribundo. De alguien que no ha bebido ni una sola gota de agua en días. La danza de mis labios sobre el cigarro, los seca e incluso creo que comienzan a salir grietas por falta de líquido. Sólo tengo que levantar mi mano. Lo hago, ya no resisto más.
Se acerca alguien  de forma diligente, ahora es alguien distinto. Me sorprendo, miró mi reloj y noto que ya son las tres de la mañana, debió haber un cambio de turno. Ahora me mira una hermosa mujer morena, de grandes ojos.
- ¿Qué le puedo ofrecer, señor? Me pregunta con un acento que no es de aquí.
- Sólo una *Coca Ligth*, sin hielo por favor. Le suplico, o eso entiendo yo.
- Enseguida.
Se marcha de forma rauda, me siento un verdadero amo y señor de sus pasos. Vuelve a los cinco minutos, lo sé por las veces que presiono el botón, se que pueden ser veintidós presiones por minuto. Puedo llevar sólo el conteo de los minutos, no así de las horas. Me pierdo.
-  Acá está su bebida señor. Esta va por cuenta de la casa.
-  Muchas gracias- respondo sorprendido. ¿Por qué?
-  Es su primer líquido de la noche y por el calculo de la máquina, y política nuestra: es gratis. Y muestra una hermosa sonrisa blanca. 
Allí están los colores nuevamente, difuminándose. Pero está vez vienen de su sonrisa, de sus ojos, de sus labios. Absorto la observa y quiero llorar por un gesto tan amable. Pero sé que parecería un imbécil a los ojos de ella. Bueno, ante los ojos de cualquiera. Tomo el vaso, sin hielo como había pedido, abro mi lata y vierto todo el líquido dentro de ella, la espuma hace que mis papilas gustativas se alboroten a niveles desquiciados. El primer trago parece traerme de vuelta a la realidad. Disfruto cada centímetro cúbico entrando por mi garganta. E incluso creo que me asfixio, pero lo disfruto como el máximo placer que la vida pueda otorgarme. Se acaba toda de un sólo trago.
Vuelvo a presionar mí botón, ya no de forma mecánica como antes. Ahora con un poco más de sutileza, casi con misericordia. Lo presiono, lo presiono, lo presiono, lo presiono. No pasa nada, más que los colores moviéndose de un lado para otro, de arriba hacia abajo, en diagonal, en hexagonal, reflejándose en mi pupilas. Una vez más miro la hora, son las seis y treinta tres minutos de la mañana. Y mi botón aún funciona.
Enfundo las manos dentro de mi chaqueta, ya no tengo dinero y el pensar en ir a un cajero automático me hace ver que debo ya volver a casa. Camino de forma cansina hacia la salida. Nuevamente todos me inclinan la cabeza a mi paso, sin saber decir “buenos días” ó “buenas noches”, se confunden ante los primeros rayos del alba. Saco un nuevo cigarrillo, lo pongo en mis labios y vuelven a bailar; deben hacerlo hasta llegar al auto y poder encenderlo. Una vez dentro de él, tomo el encendedor que siempre tengo en mi guantera, nunca lo saco. Doy la primera calada, que me sabe amarga. No están los colores. Tomo la salida hacia la carretera. A esta hora, con los primeros rayos del sol, sólo veo camiones en el camino. Los adelanto de manera rápida y segura. En sólo cuarenta minutos estoy estacionando frente a la entrada de mi casa.
Abro la puerta con el menor ruido posible. Subo las escaleras, prendo la ducha, estoy mis habituales veinticinco bajo el agua caliente, hirviendo. Me secó de manera rápida. Tomo mi camisa, mis pantalones, mi corbata. Me veo al espejo y parezco como nuevo. Escondo los cigarros en la segunda gaveta, donde están mis cosas de aseo personal y dónde Cecilia, en quince años de matrimonio nunca ha inspeccionado. Bajo seguro a tomar desayuno, y ahí están mis hijos y mi señora, que me sonríen cómo sólo te sonríen quienes de verdad quieren.
- Buenos días mi amor, dice mi mujer.
- ¡Buenos días! - gritan los niños.
Tomo mi café y Cecilia me da un beso en la mejilla.
 - ¿Cómo dormiste anoche? - Me pregunta con una sonrisa pícara.
- Como un lirón.